Increíble experiencia, mesón con todos los detalles que te hacen sentir en casa, comida de calidad estupenda al igual que su atención, carta con platos tradicionales y tarta de piñones de las mejores que he probado, 100% Recomendado, volveremos
Víctor Manuel Gomez Callejo
+5
Restaurante de toda la vida en todos los sentidos: antigüedad y oferta gastronómica. Su situación, adherido a uno de los bloques de viviendas que dominan el paisaje del barrio, le da un aire rústico y de reliquia. Carece de barra, así que allí se va a comer sentado a una mesa, en una sala de un tamaño que no la convierte en un ruidoso comedero de masas. La decoración pretende evocar la imagen de un mesón castellano o aragonés, con las paredes tapizadas de las inevitables fotos de famosos, que en ciertos casos ya dejaron de serlo y dan un poco de pena. La carta es reducida, clara y sorprendentemente sencilla. Se echan de menos platos a base de verduras. Los boquerones al ajillo son extraordinarios y los riñones fabulosos. Los precios no permiten frecuentar el restaurante, a menos que se disponga de jugosos ingresos y rentas, pero parece difícil que un comensal se retire insatisfecho o se sienta engañado. El servicio es rápido y eficiente, con la intención manifiesta de que el cliente se sienta cómodo y relajado. La comida que todavía se denomina tradicional, ya está dejando de ser habitual en hogares y figones, así que no sería inesperado y sorprendente que un establecimiento como éste se convierta en una especie de museo etnográfico. Y no sé si entonces podrá mantenerse abierto.
Restaurante de toda la vida, pequeñito, pero con el encanto típico de un mesón, la comida es buenísima, la atención excepcional, fuimos el mes pasado y volveremos
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